POLÍTICA Y CIENCIA
La historia de las opiniones llamadas “científicas” es esclarecedora, y está llena de ilustraciones de la manera como el pensamiento de las sociedades es digitado y manipulado en sus rumbos, en aras de intereses más político-económicos que realmente científicos. La nobleza de una ciencia auténtica, independiente y trascendente, es verdaderamente una perla difícil de encontrar.
Sí, la historia está llena de ejemplos que ilustran la fragilidad, parcialidad y sobornabilidad de hombres que han detentado el mote de “luminarias de la civilización”. La historia de la “civilización” ha sido también la historia de los fraudes, de la intolerancia, de la manipulación y de la enajenación de muchas causas nobles.
Afortunadamente podemos también dar gracias a la Providencia Divina por haberse reservado, por gracia, un remanente profético que denuncie las imposturas y encamine de nuevo el pensamiento y sentimiento motor de las sociedades hacia la mayor eficacia y conveniencia de un espíritu más noble, honesto, humilde y dialogante.
El caso de enajenación más a menudo traído de los cabellos y paseado como exhibición en las páginas de la historia, ha sido el de la condenación de Galileo Galilei por diez cardenales a partir de 1615. Sin embargo, la balanza no se inclina exclusivamente en contra de la dogmática romanista medieval; también el llamado liberalismo ha fabricado sus dogmas con intenciones no tan santas ni liberales.
Con el fin de abolir la monarquía inglesa que, según el argumento de los Tories, se sustentaba en el orden divino y natural, los radicales decidieron promover la geología actualista de Lyell, mediante la sociedad geológica que había sido fundada en 1807, compuesta más por políticos que por geólogos. Promovieron, pues, el actualismo geológico en lugar de la geología de modelo catastrofista, la cual, al demostrar las evidencias del Diluvio en los estratos terráqueos, confirmaba las declaraciones bíblicas de inspiración, en las que la monarquía quería sostenerse.
El naturalismo de Juan Jacobo Rousseau tenía la misma intención política liberal, al igual que el ultraliberalismo económico del laissez faire (dejar hacer) de Adam Smith. Erasmo Darwin, Juan Bautista Lamarck, Simón LaPlace, James Hutton y G. P. Scrope se alinearon en el mismo bando político, haciéndole decir a la “ciencia” lo que para la época necesitaba el movimiento liberal.
Para modificar el parlamento era necesario modificar la interpretación geológica, desacreditando la geología diluvialista en que se apoyaba la teología natural de Paley, quien era monarquista. De modo que lo que los monárquicos Tories atribuían a Dios, los liberales atribuían a la mera naturaleza cambiante, con miras a la exclusión de lo divino en los nuevos manejos económicos ultraliberales.
Scrope confesaba la malicia de su satisfacción, en carta a Lyell en 1831, ya que el actualismo geológico de éste último favorecía la causa del parlamentarismo liberal. LLegado Scrope al poder, los catastrofistas se vieron en dificultades para publicar sus investigaciones. El actualismo paulatinamente asimiló los datos del catastrofismo, reinterpretándolos, pero manteniendo una política excluyente, como se demostró, por ejemplo, en el caso de soslayar los trabajos del catastrofista Velikovsky. Para más detalles a este respecto, puede consultarse el trabajo de Jorge Grinnell: “Orígenes de la Moderna Teoría Geológica”.
Pero, a su vez, el liberalismo no era la meta final de los titiriteros de la política de la época. El liberalismo sería apenas una etapa de transición que permitiría derribar las viejas instituciones, hasta obligar, con el caos resultante, a entregar el poder a una nueva fuerza globalista emergente, de signo anticristiano y de otro carís, que se levantaría de las ruinas del Occidente llamado cristiano. Lo que se buscaba no era el liberalismo en sí, sino la ruina estratégica que pudiera derivarse de él. De modo que era necesario combinarlo en la escena internacional con otras corrientes devastadoras y de choque, como la revolución violenta y la anarquía existencialista.
No resulta, pues, extraño encontrar en aquella famosa ficción literaria, en que la influencia de fondo algunos investigadores atribuyen a Ascher Ginsberg, y otros a la Ojrana o la policía secreta del Zar, párrafos de intención donde reza lo siguiente, en relación a la promoción de cosmovisiones desmoralizantes necesarias a las políticas de transición:
“Que sigan creyendo que todas esas leyes teóricas que les hemos inspirado son de suprema
importancia. Con estas ideas en perspectiva y el concurso de nuestra prensa, les haremos
aumentar la confianza ciega que tienen en sus leyes. Lo más florido de su inteligencia se
enorgullecerá de su “ciencia” y sin ninguna comprobación la pondrá en práctica, tal como
la hayan presentado nuestros agentes, para formar sus ingenios en las ideas que nosotros
deseamos. No creáis que nuestros asertos son palabras sin fundamento alguno. Considerad
los triunfos de Darwin, Marx y Nietzsche preparados por nosotros. El efecto desmoralizador
de sus doctrinas en su imaginación, no nos ha pasado desapercibido...”
Este tipo de programas, como el de la ficción citada, como es evidente, da fundamental importancia a la manipulación de la educación. La vertiente hermética acostumbra fraguar tales cristalizaciones. La propaganda antisemita del tipo de Henry Ford, E. Jouin y José María Caro acusa a la cúpula que digita al B’nay B’rith, a la cual, entre los disidentes contemporáneos, John Todd y los que le han seguido, sindican como a uno de los brazos fuertes de la sociedad luciferiana de los Iluminati.
Otra cristalización tentacular parece haber sido el Movimiento Sinarquista, cuyo titiritero en Francia fue el suicida Jean Coutrot. La vertiente hermética que floreció en el llamado Martinismo (de Martínez Pascualis), se proyectó en el Sinarquismo Tecnocrático, tan bien estudiado y denunciado por uno de los mejores conocedores de los entretelones de la política internacional francesa: Henri Coston. Uno de los brazos franceses de este Movimiento Sinarquista fue el “Centro para Estudios Humanos” dirigido por el referido J. Coutrot, al que estaba vinculado el famosísimo descendiente consanguíneo de Voltaire: Pierre Teilhard de Chardin, quien con fondos de las fundaciones Rockefeller y Carnegie, también acusados por Todd y otros de estar vinculados a los Iluminati, tomó parte activa en los muy conocidos fraudes de los fraguados “hombres-monos” de Piltdown, Pekín, Java, etc., cuya naturaleza fraudulenta, y según algunos, con la connivencia cómplice del mismísimo Museo Británico, ha sido clarísimamente demostrada por variados autores, como: J. S. Weiner, H. Morris, L. Leakey, J. M. Douglas, L. B. Halstead, R. Essex, etc. Para una relación y examen crítico de los acontecimientos en este respecto, recomendamos la obra de Malcolm Bowden: “Los Hombres-Simios, ¿realidad o ficción?”.
Las denuncias acerca de las manipulaciones de teorías de apariencia científica con fines políticos, no son patrimonio exclusivo de las corrientes antisemitas; pues la “historia” da cuenta también de tales manipulaciones entre la vertiente esotérica de los nazis, ligada, según algunos, mediante la Orden de Thule, igualmente a la sociedad luciferiana de los Iluminati. Un correo y vínculo conocido de la Orden Thulense y la Golden Down iluminati ha sido sindicado por algunos el nazi Rudolf Hess que se suicidó en Spandau. Pues bien, según algunos testimonios, el gobierno de Hitler intimidó y forzó a los científicos bajo su órbita a formar filas bajo las teorías pseudo-científicas de Hans Horbiger. En relación, pues, a los vínculos esotéricos de Hitler, pueden verse, por ejemplo, los trabajos: “Hitler, juguete de los brujos” de A. Rosemblueth; “El Retorno de los brujos” de L. Powels y J. Bergier; “Auge y caída del tercer Reich” de W. Shirer; “Los siete hombres de Spandau” de J. Fishman; “Adolfo Hitler” de C. Huden; “Hitler sin máscara” de R. Callic; “Hitler me lo dijo” de H. Rauschning; “Los últimos días de Hitler” de T. Hoper; “Los magos que guiaron a Hitler” de R. G. Maison; etc.
La vertiente esotérica que alimentó al nazismo, floreció en filosofías antirevelacionistas como las de Nietzsche y Heidegger, raíces existencialistas del modernismo que desilusionaron a Karl Barth, cuya dogmática ha superado Berckower en ortodoxia.
Tras las dos guerras mundiales, preparadas, según algunos, de antemano por Mazini, heredero de Adam Weishaupt en el liderazgo pro-Rothschild de los Ilumiunati, las multinacionales de la banca y la petroquímica, hoy reunidas por Zbigniew Brzezinski en la Comisión Trilateral, tomaron en sus manos el liderazgo de la manipulación de la educación, incluso en los aspectos médicos y farmacéuticos, como documentadamente bien lo revelan las investigaciones de Edward Griffin.
Y ¿para qué explayarse más en los conocidos casos de manipulación psiquiátrica que se ha hecho a los disidentes del régimen soviético de la Nomenklatura? Pues hasta los enemigos aparentemente irreconciliables, se ponen de acuerdo contra Cristo.
Rendirse, pues, ingenuamente ante la vaca sagrada del pretendido cientificismo moderno, es hacer un acto de fe ciega realmente anticientífica, y es dejarse conducir como borrego por las sutiles políticas del globalismo anticristiano que no ha cesado en sus esfuerzos hegemónicos por conquistar al mundo para el hijo predilecto de Lucifer.□
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©Bogotá, 1988. Gino Iafrancesco V.
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